Vicisitudes
Con el paso de los años, nada permaneció inalterable, los cambios fueron a veces obligatorios, otras por capricho y las más de las ocasiones por esta necesidad de renovación permanente en mí manera de contemplar los objetos, los hechos y la vida misma.
Las transformaciones iniciaron, mientras transcurría el desposorio.
Para finalizar, el edredón con un diseño de flores pequeñas en colores pastel, muchos cojines, cálidos, suaves y acolchonados, como la primavera, símbolo de amor en todo su esplendor.
Las paredes tapizadas en blanco hueso.
Los ventanales quedaron cubiertos por cortinas en lino con una breve franja en fino deshilado, justo en medio del techo y el piso.
La galería siempre me ha resultado un toque de gracia en cualquier ventana por lo que me decidí por uno forrado en tela color lila al igual que los cortinajes, para oscurecer el ambiente por las noches.
La cabecera, mesitas de noche, baúl, cómoda, espejo y perchero, en madera color cerezo, estilo nórdico.
Paz, sencillez y luz el principal objetivo.
El marco de la luna merece mención aparte, tenía que ser profundo, dramático, alegre y triste, que representará la incertidumbre, el desengaño, la fe, el amor, el desencuentro, la conciliación, como la historia de la vida misma.
Me entregué alegre a la difícil tarea de diseñarlo yo misma, lo que me llevó algunos meses, después de los cuales, coroné mi ideal tal como lo forjé, agradecí al estupendo artesano las horas dedicadas a tan ardua labor, me faltaron palabras para expresarle lo satisfecha que quedé con semejante trabajo.
El fastuoso espejo, sería quien caballeroso me devolvería la imagen con el paso de los años.
Gentil, reflejó mi lozana y rozagante belleza.
Discreto, evidenció los cambios de figura con el paso de los años.
Irremplazable, reflejó los estragos que marcaban indefectibles los momentos de dolor.
Solidario y satisfecho, espejeaba mi felicidad.
Fue mi fiel secuaz, durante toda mi existencia.
Después de algunos años de matrimonio, nació mi primera hija, experiencia culmen en mi vida, con toda la responsabilidad que esto representa, a veces me generaba gran incertidumbre sin embargo Alberto cooperativo y amoroso salvaba mi sentimiento de inseguridad.
Para apaciguar mi espíritu retorné a mis aventuras - ahora es el momento de mudanza -está diminuta casa ya no es suficiente -mi marido condescendiente, accedió.
Entre cuidados de la pequeña, cónyuge y casa, me di el tiempo e inicié la búsqueda del nuevo espacio.
Luego de un corto período encontré la casa adecuada a las necesidades familiares, primero ambienté, ordené y decoré el cuarto de mi pequeña hija, pronto quedó de acuerdo a su edad.
Orgullosa lo presumí a mi flamante esposo. Él, aprobó la decoración.
Casi de inmediato y como era mi hábito, emocionada, recurrí a inspeccionar algunas revistas para renovar el sitio que resguardaba la intimidad, de nuevo el espejo representó el reto a vencer, de pronto fue un conflicto, el muro donde podría estar, era pequeño –cómo fue que no considere algo tan importante–, me increpé. El enojo que sentía no me permitía pensar.
Pospuse la tarea y me entregué a otros menesteres.
El mobiliario continuó igual, me resultaba agradable todavía, renové una vez más la ropa de cama, era de llamar la atención lo estrafalaria que me había vuelto, tal vez en el afán de rescatar un poco de la pasión que se perdió entre Alberto y yo, me apetecía algo estrambótico. Revestí las paredes en colores negro, gris y rosa. Sobre la pared negra pinté tres flores gigantes una rosa, otra blanca y la última en azul, rematé con hojas otoñales, coloqué en lugar de las sencillas lámparas de mesa, otras con pie, báculo, brazo y tulipa al más puro estilo rococó. Sábanas, rodapié y edredón en suave seda color gris, por si no fuera suficiente, desafío, colgué una araña al techo con muchas luces y sobrepuse al impersonal piso marmoleado, sobria alfombra peluda.
Esta vez Alberto, estupefacto, discutió un poco, que si le resultaba demasiado recargada, que si los colores no le gustaban, que si… yo en cambió estaba subyugada por la transformación.
Las palabras de Alberto me parecieron absurdas, a lo que respondí:
–La que habita la casa durante largas horas soy yo, ¡cómo te atreves a reclamar! De un tiempo para acá, apenas y te miro, el trabajo se ha vuelto toda tu vida.
Esa ocasión a diferencia de otras veces, levantó la voz
–¿Quién te crees que eres? Ni por un momento imagines ser mi centro ¡hace mucho tiempo dejaste de serlo!
Mira que bien, al fin te sinceras ¿quién es tú eje?
–Clara, no estoy para discusiones, no ahora.
–¿Cuándo, entonces? Esto no puede seguir así.
–Ten valor y habla con la verdad, o perteneces a los que niegan todo por más evidente que sean sus hechos.
Clara no me interesa mantener esta disputa, no llegaremos a nada, no puedo hablar contigo.
–Entonces, ¿prefieres que todo se derrumbe así, sin más?
–Clara, ¡carajo! Déjame descansar.
–No quiero callar, siempre te evades, o estas cansado, o estas preparando un proyecto o….
–No me dejes hablando sola, vuelve.
–Clara, te aprecio pero ya no te quiero, entiendes eso, comprendes el significado, es lo que querías no, ya deja de llorar, no soportó verte así. –terminemos esto ya.
Entonces tengo razón tienes una relación con otra mujer, ¿es eso? Porque si es así, no esperes que te dé el divorcio, lárgate pero te lo advierto, no lo te lo haré fácil.
Mientras Alberto prepara su maleta me dirijo al espejo, me devuelve una imagen demacrada, pálida, me detengo por un momento, observo algunas arrugas incipientes, el vientre estriado, los pechos flácidos, en calma me dirijo a darme una ducha larga y relajante. No puedo dejar de llorar, quisiera decirle que no se marché, pero esto termino y estoy determinada a mantenerme firme, por mucho que me hiera.
Soy una muñeca rota, me siento desgarrada y pese a mi obstinada negación, esto ya se avecinaba, la realidad por penosa que sea será benéfica.
Me hubiese gustado no corroborarlo, pero la incertidumbre corroe y acaso no fui yo quien le vengo insistiendo con lo misma desde hace un tiempo.
Coloco la cara en el grifo de agua fría para calmar el estado patético y ridículo en que me encuentro.
Yo la estoica, yo la impasible ¿cuándo me perdí? Siempre dije ¡Para siempre, jamás!
Acaso no fue por eso que me negaba a un matrimonio formal, accedí a regañadientes por su insistencia y para complacerlo.
Vamos no me voy a hacer la mártir ahora, eso no va conmigo. Entonces ahora de que me lacero, acepté, volví a aceptar, ¿por amor? Y ¿qué es el amor? Acaso una invención para saciar nuestro egoísmo.
Desvaríos es lo que fluye hoy, no puedo contener semejantes divagaciones.
Escucho la puerta cerrar, salé con su andar calmo, sigiloso, discreto, como siempre ha sido.
Me quedo un rato más en la tina, mis lágrimas se confunden con el agua.
El cansancio me lleva al reposo, duermo profundo, me despierta el llanto de Amandita, es otro día.
Ese maldito no me derrotará, sonrío a la cría, la sostengo entre mis brazos, es exquisita, suave, tierna. La baño, la visto, la alimento, la abrazo fuerte, y me preparo para iniciar los trámites de divorcio, no soy de las que se cruza de brazos y por amargo que esto sea, la vida va presta y no la voy a malgastar.
Tal vez esto también yo lo quería, no lo sé ahora mismo. No puedo seguir en divagaciones es apremiante me ponga en movimiento.
Después de unos días hablo con Alberto para avisarle que le visitara el abogado, cortés le pido firme a la brevedad, es mejor sea de común acuerdo y no alarguemos esto de manera innecesaria.
El muy ruin no lo esperaba, guardó silencio, se le quebró la voz, no se negó. Después de todo no esperaba otra cosa, conociendo lo pusilánime que es, no me sorprende su actitud.
Pasé por un abanico interminable de sentimientos, el miedo me confrontaba ¿podría arrostrar el reto? Por ventura el tiempo camina pronto y junto con esto al fin superé la separación.
Retorné al trabajo sanador y vivificante.
Al cabo de unos años compré mi casa. La decoré estilo minimalista, solo lo básico, colores monocromáticos, persianas de bambú, pisos de madera, los muebles siguieron siendo los mismos, me felicité por tan magnífica elección, simples, discretos, geométricos, me deshice de cuadros, floreros, figurillas cursis, cuando observe las lámparas de los burós con detenimiento, me desternillaba de la risa, en qué momento se me ocurrió semejante disparate, las sustituí por unas de diseño con estructura mínima.
Al finalizar, el espacio sobresalía, todo funcional, sobrio, desmaterializado, al estilo de mi actual filosofía.
El espejo al fin ocupó su lugar, lucia espléndido igual que yo.
Allí viví hasta mi muerte.
Mi hogar sufrió algunas modificaciones, empero los espacios amplios no se desvanecieran, semejantes al espíritu libre por el que siempre pugné. La única atadura fue mi hija, ella un día partió en la búsqueda de su independencia.
Presentía que estaba pasando algo, él ya no era el mismo, lo notaba distante, huidizo y lo más extraño me obsequiaba de manera constante objetos innecesarios o sin motivo alguno llenaba la casa de flores que enviaba con algún mensajero.
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