Otra Morada

Ana Lilia Rangel Gallardo

—Me lleva la que te parió, primero me encajonan en el estacionamiento, luego una llanta ponchada y ¿ahora qué…?

    —vocifera Anselmo cuando Viridiana le dice que aún no se pueden marchar.

    —Ay, cómo eres, ya verás, un día mi mamacita va a venir a jalarte los pies —responde con chillona voz Viridiana—, a mí se me hace que nuestros angelitos quieren evitar este viaje.

    —Ya, ya, tú y tus supersticiones, ¡súbete al coche! —la ve de reojo, sin arrepentirse del tono empleado.

    —No encuentro las llaves del vochito, te las di ¿no?      
—Me lleva… —ofuscado busca en su chamarra— ¡Ah!, ya vámonos.

En el camino, de poco más de dos horas, que los lleva a pasar uno de los días más sobrecogedores de su existencia, la joven pareja canta, platica, alega trivialidades.

          —Oye, ¿le hablaste al dueño del eir bi bi para decirles que llegaremos más nochecita? —pregunta Viri.

          —Ja, ja, ja, se dice er bi anddd bi —le corrige Anselmo. Tornándose serio replica— ¿neta?, tú lo ibas a hacer.

          —¡Ash! A ver, ahorita mando un mensaje. Uy, no hay señal, ni modo, de todas formas, ya casi llegamos. Dijo que alguien nos iba a esperar para darnos las llaves.

          —Sí, pero no tres horas más tarde, no más falta que nos quedemos sin dónde dormir y ya empieza a llover.

          Conducen durante media hora más por un camino de terracería. El sol, oculto entre las nubes, aún no se pone por completo. Una leve llovizna no ha dejado de caer desde la desviación al poblado. Escuchan cada vez más cerca los cohetes y la música de la tambora, con dos melodías que reconocen de inmediato: La barca de oro, Amor eterno.

          —Órale Viri, no más nos instalamos y salimos a la fiesta.

          —Sí, ha de ser el festejo del pueblo, ¡qué buena suerte!

          A medida que se van acercando a la casa rentada para el fin de semana, las calles empedradas, ahora solitarias, se vuelven más estrechas. Los portones, de madera desvencijada de las tiendas, están cerrados. La tambora se escucha con más potencia, quizá por eso no oyen las voces de las personas, reflexionan.

          —Es ahí, es ahí Anselmo —señala entusiasmada Viridiana.

—¿Estás segura?, más bien parece salir la música de ahí.

—Reconozco la puerta garigoleada que estaba en la foto del internet, deja me bajo a tocar.

          Antes de llegar a la entrada, una pálida y flaquita mujer abre el portón. Anselmo accidentalmente acelera con el freno del auto puesto, las llantas levantan un poco de lodo ensuciando a las mujeres.

          —Buenas doña, se nos hizo de tarde, bueno de noche, gracias por esperarnos. Parece que la fiesta está muy cerca. Toda una aventura para llegar hasta acá ¿eh? Oiga, ¿por dónde está la casa? Anselmo bájate, ven a ver qué mono jardín.

          El joven casi cae al bajar del auto debido al lodo que hay por la lluvia la cual no ha amainado. La doña los conduce por un angosto sendero. Con señas les indica que continúen caminando hacia una tenue luz, de donde proviene un delicioso olor a chocolate caliente.

          —Viri, cenamos y nos vamos de juerga. Oiga doñita, ¿cómo llegamos a la fiesta? Sí podemos ir ¿verdad? Se escucha que es un fiestón. Por cierto, ¿cómo se llama?

          —No joven, esta lluvia no va a parar hoy, el cielo está lavando las culpas de este lugar. No hay fiesta en el cielo, ni en la tierra. Mejor sería que regresen por donde vinieron y si no, pues…, mañana será otro día —se da la vuelta—; Juana, me llamo Juana— desaparece en la oscuridad.

          —¡Ah que Juana tan rara, hasta cree que nos vamos a dormir oyendo esas rolas tan buenas! Viri, Viri, ¿dónde te metes?

          Viridiana, pálida con el celular en las manos, sin poder hablar, le muestra un mensaje recibido:

          Familia Pérez, he tratado de comunicarme con ustedes vía telefónica, parece que no tienen señal. Les dejo las llaves de mi propiedad en la maceta de la entrada, ya que Juana, la empleada quien se les daría, murió hoy en la mañana.

          El viento sopla, retira por un momento algunas nubes. La brillante luna llena ilumina decenas de lápidas a sus pies.

Ana Lilia Rangel Gallardo
 
Comentario: La idea de utilizar a las ánimas en pena ha sido recurrente en la literatura mexicana, y en general en la creación latinoamericana. Al texto le caería bien ligarlo con alguan circunstancia, ¿por qué los salva o los acoge? Por el título, podría ser una crítica hacia la pretendida superiordad socioeconómica (Ben Gar).

Comentarios

  1. Se comprenden las acciones. Pareciera que el conflicto es que no van a lograr sus días de descanso, aunque en realidad solo son algunas circunstancias adversas ( la lluvia, el que no avisaron a llegarían tarde) que no les impiden llegar. ¿Hay conflicto que sostenga la historia? No lo percibo. Me gusta la idea del fantasma y da sentido al título. También creo que se recrean bien las voces de los personajes. Me surge la duda, si la lluvia que lava las penas tiene un papel para la aparición de la empleada y qué hay de la fiesta que escuchan a pesar de las calles solitarias.

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