Súplica


Ana Lilia Rangel G

—¿Por qué me buscas? Yo vengo cuando en tu reloj cae la última arena.
—¿Te busco? No sé quién eres, aléjate —balbucea Nicolás. Su labio inferior tiembla incontrolablemente.
—¿Aún te duele la cadera? Te animaste a saltar del balcón y todo ¿para qué? Una cadera en mil pedazos y días de rabia contra el personal del sanatorio y contra ti —impávida le reprocha.
—Tú no sabes nada, ¡vete! —responde Nicolás, al tiempo que intenta envolver sus brazos alrededor de sus piernas.
—¿Qué no sé nada? Yo estuve ahí, lista para evitar sufrimiento. Sé que no lo entiendes, como tampoco comprendes los tiempos de cada ciclo —el viento mueve su liviana túnica como si le pidiera permiso.
—Por favor déjame solo —suplica el hombre—, haré lo que tenga que hacer, y para eso no necesito de nadie.
—Te equivocas. Me necesitas, pero eso tampoco depende solo de mí, ni siquiera de ti —un viento frío se cuela a través de su voz —,¿recuerdas el incidente?, todos se preguntaron cómo era posible que el más anciano de la casa pudiera haber sobrevivido.
—Sí, eso es aberrante. Los pequeños deben vivir largamente para reír, cantar, gozar, amar. No un viejo que ya se ha equivocado miles de veces, ha probado el alcohol hasta el hartazgo, y además con su parsimonia tira una vela, incendia el lugar, huye con dificultad, sin voltear a buscar a tres niños dormidos a quienes tendría que haber cuidado —el sonido desgarrador de sus palabras resuena en los cerros de la oscura noche.
—Ya te dije, no importa lo que quieras o hagas, tu tiempo no ha llegado —lentamente toma su guadaña, gira como si volará sobre sí misma, detrás de ella un lamento suplicante vuelve a escucharse.

Comentarios

  1. Diferente, Ana, la muerte que busca frecuentemente quien vuelva con ella, desprecia a Nicolás, ingenioso, bien logrado

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