Satanás en tiempos de cuarentena

Últimamente a mi marido lo veía por las mañanas enteramente cansado, gris, como tarde de invierno. Como si nunca hubiera dormido. Todo era, me imagino, porque siempre le estaba exigiendo que escribiera, que se pusiera a producir, que, en lugar de estar viendo su teléfono por horas, que las aprovechara para escribir. Así podría sacar su propio libro, en vez de estar sólo participando en esporádicas antologías con otros compañeros del taller de creación literaria de la FES Acatlán. Por las noches él se iba al estudio y regresaba a la cama a las 3 o 4 de la madrugada. En las mañanas yo le preguntaba que si había avanzado con algún texto y me decía que su cabeza estaba más seca que la tierra de su pueblo. Sin embargo, todo ese cansancio me parecía sumamente sospechoso. Una noche, después de que se acercó a la cama para darme las buenas noches e irse al estudio, decidí espiarlo. Esperé unos diez minutos después de medianoche y me fui a hurtadillas para ver que hacía. Ahí estaba, sentadote, con su nítida figura resaltada por el negro marco de la oscuridad de la casa, dando la espalda, con la computadora apagada y viendo el maldito celular. Me regresé a la cama toda contrariada a esperar un rato más, para luego volver y reclamarle, en todo caso, su improductividad. El sueño me jalaba para su feudo y entre cabeceada y cabeceada escuché el áspero abrir y cerrar de la puerta de vidrio de la cocina que da al patio que lleva al jardín trasero. Me levanté sin hacer mucho ruido y bajé directamente a la puerta de la cocina, me asomé al corredor y lo vi dar la vuelta hacia el jardín. Esperé un momento hasta que oí el característico rechinido de la escalera que da a la azotea de la casa. Aguardé un momento hasta que supuse que estaría sobre ella. Siempre que se abre o cierra, la puerta de vidrio emite un quejido metálico por culpa de una de sus bisagras, de manera que la abrí delicadamente y salté a la oscuridad para seguir su trayecto sobre techo, pensando que quizá estaba haciendo algo en el cuarto de servicio. Al llegar al ras de la azotea vi que entró a la pequeña habitación, cerrando la puerta con exagerada finura. Esperé un rato sin saber que hacer y con cierta aprensión, por miedo a que me descubriera, me fui hacia la puerta por donde lo vi entrar, que era el antiguo cuarto de servicio, donde ahora guardaba las cajas con juguetes, libros y ropa de mis hijos que ya no usaban. Y cuál fue mi sorpresa, que, al abrir, sentí una ola de calor como si estuviera en el norte del país en pleno verano. Una música fuerte, como de cumbia chillante, me saturó el oído. Observé una luz centelleante que me deslumbró y percibí el inconfundible olor a tabaco y alcohol. Entré, muy a mi pesar, porque tenía que descubrir lo que estaba sucediendo en ese sitio. Ya recuperada de la deslumbrada, pero no del intenso calor, pude ver un montón de personas desnudas que se contorsionaban eróticamente de las más diversas formas al ritmo de la frenética música, pero todas, invariablemente, tenían cuernos y cola en la parte baja de la espalda. Lo que más me enfadaba, es que esa habitación era muy pequeñita y en ese momento se veía enorme, casi sin final. Me escondí detrás de una maceta, caliente como comal, adornada de gárgolas que echaban humo con olor a mariguana por sus toscos hocicos. Miré a mi alrededor y vi a mi bombón, ahí estaba, encuerado el descarado, con sus cuernos bien retorcidos y su enorme rabo moviéndose de contento como el de los perros. En ese momento hubo cambio de ritmo y agarró por su escasa cintura a una ofrecida diabla y se pusieron a bailar lambada como lombrices, lo que me provocó una enorme rabia. Apenas si bailaba conmigo, pero aquí se veía muy ligerito, sin dejar de mover la cola como cascabel. Me daban ganas de arrancarme para traerlo de las greñas, pero había muchos diablos muy feos, me infundían terror, por lo que me era imposible acercarme. Vi pasar un mesero, también con cuernos y cola retorcida como de cerdo que le ofreció una bebida al bombón, de la cual salía mucho vapor. Se la zumbó de un trago y se arrancó con un frenético Rock and Roll con otra diabla destrampada. En el clímax del baile cayeron al piso, el uno sobre la otra y comencé a escuchar “¡duro!” “¡dale!” Conforme el griterío aumentaba, sentía que el lugar se incendiaba. Adentro el calor se hacía insoportable, así que, a punto de perder el sentido, no se si por el bochorno o el olor a marihuana, salí por la puerta que había entrado para respirar aire frío y la cerré, con delicadeza para no llamar la atención de los malignos. Afuera sentí un reconfortante frescor además de que había un silencio total, así que desconcertada volví a abrir la puerta y otra vez el ruido infernal y las luces centelleantes, por lo que la cerré definitivamente. Bajé diligentemente de la azotea y me fui a la cocina a tomar una bebida fría, repasando las infernales imágenes que había experimentado y reflexionando sobre qué habría pasado con mi otrora anodino cuarto de azotea. Resignada por no poder tener una respuesta lógica a mis interrogantes, me fui a la cama para esperar a qué hora llegaba el que ya no era mi tierno bombón. Entre sueño y vigilia sentí que se metió a la cama como a las 3 de la mañana. Enseguida alcé la voz diciendo que lo sentía muy caliente y pregunté que dónde había estado. Me miró con esa melosa mirada de bombón de chocolate y me dijo que tenía insomnio y que había salido al jardín a despejarse. —¿Por qué te sientes tan caliente? —le volví a decir. —No sé —me contestó. Ha de ser el maldito virus que ya me quiere dar. Debido a que ya estaba muy cansada y pensando que todo podría haber sido un mal sueño, apagué la luz de mi lámpara. Como no podía dormir, lo abracé y en un momento dado bajé la mano para agarrarle las nalgas y jalarlo hacia mí, pero cuál fue mi sorpresa: “¡ahí estaba! ¡la maldita cola retozona!” A. Robledo M. 30 de agosto de 2020. Comentario: la idea es atractiva y divertida, ligarla con un tema le daría mucha fuerza, el hecho de que una mujer desee poseer al diablo da para manejar temáticas de liberación, ese podría ser el eje temático del texto.

Comentarios

  1. Agus, bien logrado, entretenido de principio a fin, gracias

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  2. Hola, Agustín. Me parece que la redacción de tu texto es buena. Me parece también que la voz del personaje es creíble. El planteamiento es atractivo. El conflicto es que la mujer quiere saber qué hace su esposo en las noches, el por qué de su cambio. Me gusta el tono de la historia porque comienza algo oscuro pero lo extraordinario dentro de la historia no lo es tanto. Ella no se sorprende demasiado de que él sea un diablo sino de que baile tan feliz con otra diabla y el fin es simpático. Creo que podría mejorarse la intensidad. Sobre todo en la parte que ella lo observa hacer sus desfiguros. Y un detalle, ella menciona tres veces que él es un bombón. Con una vez bastaría.

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