Riqueza purpura


María de Jesús Velázquez Villalón 
Viajaba en compañía de algunos paisanos, venía a pasar el fin de año con mi familia, después de haber trabajado cinco años, en los plantíos de brócoli y pimiento morrón en los Estados Unidos. Mis manos apretaban una y otra vez la  carta enviada meses atrás. Raúl me  informaba, la venta de la tierra que nos heredó nuestro abuelo. 
“No vale la pena tener esta tierra Ramón, es arcillosa,  no puedo mantener a los animales,  gasto mucho en alimento, pagan poco por ellos. El dinero que mandas no alcanza, solo espero que vengas, para cerrar el trato ya tengo compradora”.
  El señor con quien compartía el asiento del autobús, me volteo a ver  
— ¿Malas noticias, joven? 
— No, para nada contesté  
El hombre de edad madura, manos callosas, pelo cano, ojos zarcos, me veía con curiosidad 
— ¿Va para Ixmiquilpan?  
— Sí, ¿por qué? 
— Usted no es de por acá, conozco a todos los del pueblo, no se me hace conocido. 
—  Vengo de los Estados Unidos a pasar la Navidad con mi familia. 
—  Mi abuelo era Manuel Rodríguez ¿usted lo conoció? 
 
El hombre me miró fijamente, se quitó el sombrero, se rascó la cabeza, me tomó del hombro, sonriente  dijo:
 
— Tú eres Ramón. El hijo de Manuela y de Rigoberto. El que se fue para el otro lado, cuando eras muy chico. ¡Claro que conocí a tu abuelo! Crecimos juntos. Lástima que, se nos haya adelantado antes de cumplir nuestros proyectos. 
— ¿Cómo, usted tenía  proyectos con mi abuelo? 
— Así es muchacho, pero ahora que él ya no está, todo se vino abajo. Tu hermano no quiso entrar a la asociación de campesinos, varios  de nosotros, recibimos apoyo y asesoría de “Sedagroh”, especialistas en el cultivo de la granada. Ahora exportamos a varios países, entre ellos a los  Estados Unidos. 
 
Aún faltaban más de dos horas para llegar a Ixmiquilpan, veía al hombre que me acompañaba, parecía percibir la voz de mi abuelo, la última vez que lo escuche hablar, yo tenía diez años. 
 
—  Oiga, disculpe ¿cómo me dijo que se llama? 
—  Me llamo Simón. Mira Ramón, sé que tu hermano quiere vender la tierra, para eso vienes ¿verdad? 
La tierra es noble, guarda tesoros que no sabemos valorar. Si tú la trabajaras, amaras lo que les dejo tu abuelo, tendrías mucho más de lo que ganas, en tierra ajena. 
 
Yo veía el paisaje a través de la ventanilla, extensas alfombras de un verde intenso se ensanchaban ante mi vista. Por primera vez veía el campo como un paraíso no mancillado. El amor por mi tierra brotó en aquel instante, como un torbellino, rompí la carta, me recosté en el asiento, cerré los ojos, recordaba los días maravillosos de mi infancia al lado de mi abuelo. Escuche la voz de don Simón 
 
— Te has quedado callado, muchacho. Mi tierra está cerca de la de ustedes, cuando quieras ven a visitarme, vivo con mi nieta.  
 
El autobús se detuvo en ese instante, el operador anunció: "Ixmiquilpan señores”. Hemos llegado. Abrí los ojos, don Simón, no estaba, seguramente bajo antes que yo pensé. Me apresure a bajar mi maleta de la parte superior del autobús. Soñoliento, camine por el pasillo de la estación de autobuses, abordé un taxi, para llegar a casa de mi hermano. Ahí me esperaba mi hermano y su familia. 
 
— ¡Hermano! Bienvenido a casa, te esperamos con ansia.  Raquel ha preparado algo especial, para ti. 
— Pasa cuñado, los mixiotes de carnero están, para chuparse los dedos y la barbacoa ni se diga. 
— Gracias hermano, tenía inmensos deseos de verlos. Oye, a propósito, en el camino me encontré a un amigo del abuelo, dice que sus tierras están junto a las nuestras. 
En ese momento nuestra conversación fue interrumpida por   los sobrinos, a quienes conocía solo en fotografía. Ellos me abrazaron emocionados, ansiosos, por ver los regalos que les había traído del otro lado. 
 
Al terminar la deliciosa comida, mi hermano arremetió de nueva cuenta con la venta de las tierras. 
 
— Ramón, es necesario vender, tú estás allá en el otro lado, yo no quiero hacerme cargo solo de todo. 
— Vamos a ver las tierras Raúl, quiero platicar con el amigo del abuelo.
 — ¿Amigo, cuál amigo? 
— El que tiene sus tierras junto a las nuestras 
— Estás cansado, Raúl, será por el viaje, descansa, mañana conversaremos. 
 
Me dirigí a la recamara  del abuelo. Los recuerdos se acumularon en mi mente. De verdad nos amaba, como amaba a la tierra que lo vio nacer. Tomé una fotografía, ahí estaba él, con su sombrero, su pantalón de mezclilla, sus ojos zarcos y sus manos toscas por el trabajo. Me recosté  en la cama olorosa a limpio, cerré los ojos, me quede profundamente dormido. 
 
Las imágenes de mi abuelo y la de su amigo, me perseguían, me hablaban quedamente al oído 
“No vendas la tierra, ahí está tu riqueza, búscala, si logras encontrarla de agosto a diciembre te lloverán granitos rojos. La tierra te dará felicidad”.
 
— ¡Raúl, levántate! Ya están cantando los gallos, el sol brilla que echa chispas. Apúrale ya ensille los caballos  
— ¡Vamos, me urge ver la tierra! Quiero ver al amigo del abuelo. 
 
Mi hermano movió la cabeza, se puso su sombrero, sonrió. Montamos, éramos como el viento de otoño, fresco, con olor a hierba mojada. Eso era felicidad. 
 
Al llegar la arcilla del suelo se dejó ver con el color café. Sola y triste estaba la tierra, parecía llamarnos, quería que la amáramos.  
 
— Mira solo los borregos pueden pastar, dijo mi hermano 
A lo lejos se vislumbraba una gran mancha verde, en tonalidades amarillas, naranjas y rojas. Una chica montada a caballo recorría los sembradíos 
— ¿Quién es? Pregunté 
—  Es la nieta de don Simón, ¿no la recuerdas?  Él, murió hace un año. Ella, cuida la tierra y siembra granadas. 
    Paré mi caballo en seco, no era posible, yo había visto a don Simón en el autobús. 
— ¿Qué te pasa Raúl? Parece que hubieras visto a un muerto. Es solo una chica, mira ahí viene a saludarnos. 
 
La chica era realmente hermosa, delgada, ágil como una mariposa, llena de vida, con los ojos zarcos iguales a los de don Simón, no pude pronunciar palabra al verla. 
 
— ¡Qué tal muchachos! Por fin apareció el ausente. Siempre supe que algún día regresarías, Ramón. Me lo decía el viento del norte.  
— Hola Rebeca, cómo has cambiado, estás… hermosa, realmente hermosa. ¿Qué cosechas?  
—Granadas, es la riqueza purpura de Hidalgo, acaso ¿no lo sabes? 
— No, no lo sabía 
— Ya ves, eres campesino en tierra ajena, aquí serías agricultor en tu propia tierra. Dime algo ¿te comieron la lengua los ratones gringos? Bueno nos vemos, hay que entregar la cosecha de hoy. 
 
La chica se alejó a todo galope, me dejó con la boca abierta. Ella si sabía amar a su tierra, se veía en los grandes cultivos. Mi hermano, me palmeó la espalda con una risa burlona dijo 
 
— Ramón, ¿qué te pasa? ¿Te impresionó Rebeca o el sembradío?  
— Raúl, esa chica me ha dado un ejemplo de fortaleza, pero te juro que vi a su abuelo en el autobús, platicamos un buen rato. 
— Te lo habrás imaginado. Él ya es difunto. Ellos querían que te casarás con Rebeca algún día, ese era uno de sus proyectos. Anda vamos a comer ya es tarde, mañana será otro día. 
— Sí, vamos, mañana empezará un nuevo día, me quedaré, para que dentro de un tiempo lluevan granitos rojos en nuestra tierra. Ya lo verás hermano. Me cae que, los proyectos del abuelo se cumplirán.  
 
 
 
 
  
 
  
  
 
 
 
 
 

  
   
  
 
 
 

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