El castillo de cristal
Antonieta Garrido
40 años antes había sido la esposa de un hombre rico, divorciado y de abolengo, nieto por línea paterna de María Pani Arteaga, sobrino nieto de toda la Panada, como decía mi suegra. Alberto J Pani, Mario, Julio...
Mis primeros años de casada, contrastastaron en todo con la idea que yo tenía a cerca del matrimonio, no había que limpiar la casa ni preparar comida, administrar “el gasto” o estar al frente del mantenimiento de la casa, siempre había quien lo hiciera por mí. Tener hijos tampoco era requisito necesario, llegaron por mi terquedad, lo que, si se hacía necesario en este modelo de matrimonio, era acompañar al marido a cualquier lugar donde este fuera, no separarse de él ni para ir al baño.
Mi esposo pagaba todo cuanto se hacía necesario, se encargaba de contratar gente para que reparara cualquier cosa que se averiara en casa y quien la limpiara. Cuando llegaron los hijos después de algunos años, mi obligación de estar con él, no se modificó, mi mamá, alguna hermana o la nana, se encargaba de solucionarlo por instrucciones de él.
Nuestra rutina matrimonial , arreglo personal, salir a desayunar a cualquier restaurante, visitar alguna oficina o algún banco, más tarde “la hora del amigo”, un aperitivo antes de comer, muchas comidas de negocios que se prolongaban hasta la cena, algunas tardes para ir de compras, muchos días para ir a la playa o compartir con los amigos, otros tantos para viajar, todo lo hacíamos juntos Hasta las nimiedades que cualquier otra mujer habría podido hacer sola, las hacíamos juntos como ir al salón de belleza o comprar ropa interior...
Sin darme cuenta me había convertido en una mujer extremadamente inútil, temerosa y dependiente,
15 años después, él, que desde el inicio de nuestro matrimonio se sabía en decadencia, no pudo seguir manteniendo el estatus, ni la imagen. Su colección de relojes Rolex, Vacherone Constantin, Patek Philippe, etc. los autos y los inmuebles de su propiedad se habían terminado.
El Dios todopoderoso en que se había convertido mi esposo y cuyo único pecado había sido llevarme a su mundo de blof, había muerto, y yo con él, en su lugar nació un hombre apático, temeroso e indefenso, yo tendría que parirme de nuevo.
Las primeras noches después del divorcio, ideas desastrosas se apoderaban de mi mente, ¿Qué podría hacer para obtener dinero? ¿En que podría trabajar? Si no sabía hacer nada, ¿a quién podría recurrir para pedir ayuda? Si los supuestos amigos habían dado la vuelta, cuando mi esposo dejó de brindar con Don Pernigón, sobre todo cómo transformaría la sensación de desamparo en la que me hallaba hundida, ¿cómo haría nacer en mí a la mujer fuerte, suficiente, productiva?
Mi cuerpo daba vueltas, en busca de las respuestas y del calor del cuerpo que durante veinte años me había abrigado El king size se convertía en un glaciar que congelaba mis sueños, enroscaba mi cuerpo en posición fetal, intentando conciliar el sueño, sin lograrlo. el sol se elevaba en el cielo y con él mi terror de salir al mundo.
Por las mañanas, el sol se elevaba en el cielo, y con él mi terror de salir al mundo, a veces cuando tenía la firme intención de salir de casa para entrevistarme con algún conocido y solicitar trabajo, aparecía una voz en mi mente ¿Qué vas a contestar cuando te pregunten por tu experiencia, si nunca has trabajado, no sabes hacer nada?
Aprendí a callarla, evitar que saboteara la poca fuerza que aún me quedaba.
Aprendía a hacer magia con los alimentos que había en el refrigerador y a administrar el poco dinero que aún quedaba.
Aprendí a cambiar fusibles, usar el desarmador, a construir una casa y hasta manejar los tráileres que se hicieron necesarios en mi negocio
Recordé las veces que había visto a mi exesposo hacer negocios, y aprendí que esa era la forma como no debía hacerlos.
Emprendí un negocio sin un peso en la bolsa, que en muy poco tiempo prospero de manera sorprendente.
Pero sobre todo y lo más valioso aprendí a vivir conmigo.
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